En un país de la memoria


En un país de la memoria
por años y años yo erraba sin salir
en un país de la memoria
escondido país, con rigor yo viví.

Y sin llegada a la salida
alguien de nuevo me hacía entrar
en un país de la memoria.
que era país de la ansiedad

Por un tiempo más largo que el de la juventud
conocí los dominios de entrar y de salir
de aquel país de la memoria
sometido a la ausencia, memorable país.

Mano de brujo apenas era mano embrujada
y sin cesar trazaba el anillo de humo
estrecho y justo alrededor
de aquel país en vano abierto a los países.

Aquel país surcado de infatigables ríos
que ningún mar devoraba,
sólo el mar de la ausencia para siempre
extendido entre mis ojos
y el mar de la espuma y el mar de la hierba.


-Susana Soca, En un país de la memoria


Un objeto artístico

Ahora bien, ¿qué es el Uruguay? Esto ya es más complicado. No hay cosa más rara que el Uruguay, un país yuxtapuesto, que no es del todo un país por su relación de parte a todo con la Argentina, país margen (Borges jamás lo llamó Uruguay, siempre "banda oriental"), una soberanía puesta en el espacio, pero subrayando sólo el espacio. Y eso se comprime, como un concepto. Se comprime hasta salir de la geografía, y empezar a funcionar en otros sistemas, por ejemplo el literario. En el Uruguay nacieron tres de los más grandes poetas franceses. ¿Conocen el poema de Murilo Mendes? O Uruguai é um belo país da América do Sul, limitado ao norte por Lautréamont, ao sul por Lqforgue, a leste por Supervielle. (O pais nao tem oeste.) Etc.

La ontología del Uruguay, la hizo Borges. Recuerden su comentario a The Purple Land, la novela de Hudson que cuenta un viaje cruzando de norte a sur todo el Uruguay. Borges dice que es la mejor novela argentina. Pues el Uruguay es el locus del realismo argentino, la escena donde se representa la realidad de la Argentina —que no se representa en la Argentina, la patria por excelencia de la representación. El Uruguay es una Argentina miniaturizada, es decir objeto artístico a priori. Por otro lado, el Uruguay se ajusta a la teoría borgeana del realismo. Él decía que la acción de sus cuentos prefería ubicarla en una época no demasiado próxima al presente, para que los lectores no pudieran encontrar defectos de realismo, pero tampoco demasiado alejada, para que no los encontraran los historiadores. Unos cincuenta o sesenta años. Sólo algún viejo improbable estaría en condiciones de localizar un error... En una palabra, para Borges la ficción es lo inverificable. Traspuesto el método del tiempo al espacio, el Uruguay resulta el paisaje obligado del escritor argentino. Digamos que si Borges es el teórico de esta situación, Onetti es su poeta.

-César Aira, Copi

Excepcional

LUCIANA BERTOIA | Página/12

Gabriel Gatti es uruguayo. En 1975, tenía ocho años cuando escapando de la dictadura oriental vino a vivir con su familia a Buenos Aires. En junio del año siguiente, los militares secuestraron y desaparecieron a su padre, Gerardo Gatti, un importante dirigente obrero uruguayo que fue visto en Automotores Orletti, un centro clandestino que funcionaba como sede del Plan Cóndor. Su hermana Adriana fue secuestrada embarazada meses después. Los restos de la chica aparecieron recién en 1983. Gabriel, su madre y su hermano se exiliaron en Francia. Después, viajaron a España. En Madrid, estudió Sociología. En 1993 se fue al País Vasco, donde todavía vive y trabaja como investigador universitario. “Euskadi era un lugar con un nivel de agitación política muy excitante en ese momento, no sólo por ETA sino por lo que estaba alrededor. Era muy atractivo para cualquier joven de izquierda, recién salido de una carrera de Sociales y en particular con una historia detrás de padres estupendos vinculados a un proyecto revolucionario”, contó a Página/12.

Como otras veces, volvió a Buenos Aires. En esta oportunidad, lo hizo para participar del Tercer Congreso Internacional de Análisis de las Prácticas Sociales Genocidas organizado por la Universidad de Tres de Febrero (Untref) y dialogó con este diario sobre las diferentes formas de asimilar la figura del detenido-desaparecido a cada orilla del Río de la Plata.

–¿Qué diferencias hay entre Argentina y Uruguay en lo que respecta a la elaboración del pasado?

–En la Argentina, la figura del desaparecido está totalmente institucionalizada como parte de la escena pública. Los familiares de desaparecidos existen no sólo como un personaje doliente sino como un personaje político de primer orden. A diferencia, la figura del desaparecido es sumamente molesta para el imaginario colectivo del Uruguay, que tiende a valorar las cosas tranquilas. En parte, se explica por una cuestión de números, allí hay muy pocos. En Uruguay, antes de 2005, era muy difícil que te hablasen de desaparecidos. Te hablaban de otra cosa, de presos.

–¿A qué se debe de que hoy esté más presente en Uruguay la figura del desaparecido?

–Desde ese año hasta hoy, han pasado muchísimas cosas, no sólo la constatación del Segundo Vuelo (N. de R: que trasladó en 1976 detenidos desde Argentina a Uruguay). Hubo un importantísimo intento de anular la Ley de Caducidad. No se puede decir que fue negativo el resultado: el 48 por ciento de la gente votó a favor de anularla, el resto de la gente no votó. Y hubo una movilización colectiva que indica que está aflorando, en cierto grado, una figura que era invisible y muy vinculada al mundo muy chiquito de los familiares. Pero la sensibilidad de los líderes políticos más renombrados, incluido el propio presidente, no es la misma que la que tienen los argentinos en esta materia.

–¿Cómo tomó la actuación del presidente José Mujica frente al proyecto interpretativo que pretendía dejar sin efecto la Ley de Caducidad?

–Me generó profundo desagrado. Entre otras cosas, porque el presidente y su actual ministro de Defensa, Eleuterio Fernández Huidobro, son parte de la misma generación de mi padre. Eran colegas de sensibilidad, aunque no eran de la misma línea política y, sin embargo, tienen una lectura tan militarista que es insensible con lo que ocurrió a una buena parte de su propia generación. Es desagradable por una cosa muy uruguaya (como científico social no lo debería decir porque es una generalización barata) que es la sobrevaloración de la institucionalidad, de los acuerdos, de lo que votó el pueblo. Eso los torna insensibles ante las cosas excepcionales, como es la figura del desaparecido.

–¿Esa “insensibilidad” podría explicarse por una cuestión de números, porque allí hubo menos desaparecidos que en la Argentina?

–Sí, en parte. La dictadura uruguaya fue diferente de la argentina. Tuvo un “plan institucional” de exterminio. O sea, se pasaba por las cárceles y por el exilio, hasta eso era legal. La desaparición no entró en el registro de prácticas represivas de modo tan extensivo como ocurrió aquí. La sensibilidad uruguaya tan extrema por lo que es compartido y tan nula por lo que se sale de la norma hace que sea difícil pensar la figura.

–¿Y qué diferencias ve entre el movimiento de derechos humanos argentino y el uruguayo?

–Las sensibilidades históricas son tan distintas que no sé si es justo hacer una comparación, porque entre otras cosas lleva a considerar lo evidente: Argentina está muy por delante en esa materia con respecto a Uruguay. Si hago la comparación, tendría que plantear una evolución en esta línea que no se va a dar.

–¿Por qué dice que las políticas de la memoria son tramposas?

–Construyen unanimidades y construyen la convicción de que la verdad es cierta. Eso es tramposo, si lo miro desde el ojo clínico del sociólogo. Y no lo digo por aquello de que las memorias son múltiples sino porque éste es un campo precario, móvil, difuso. Si lo valoro como ciudadano implicado, no puede estar más que contento en el caso argentino, de una construcción de una narrativa oficial en el tema de los derechos humanos que ha permitido elaborar a medio plazo una figura internacionalmente consensuada de lo que es un desaparecido y que se está aplicando por doquier y con dosis crecientes de eficacia.

–¿Por qué afirma que no es correcto hablar de “desaparecidos” en el caso de la represión franquista?

–Estamos hablando de un fenómeno que empezó a finales de los años ‘30 y hasta ahora no se nombraba. Se los denominaba “fantasmas”, los “paseados”. Sólo hace cinco años, y ahora está especialmente el asunto hirviendo, empieza a usarse el término desaparecido.

El sueño uruguayo

Noticia aparecida hoy (15.7.11) en el portal 180:

En 2009 se registraron 537 suicidios en Uruguay. Esta es la tasa más alta de la región, junto a Cuba, y supera el promedio mundial. Para afrontar este problema, el gobierno lanzó este viernes un plan de prevención, que incluye la asistencia psicológica obligatoria de parte de las mutualistas a quienes cometen intentos de autoeliminación.

por Clara Esmoris

La tasa de suicidios en Uruguay es de 17 cada 100.000 habitantes. El responsable del Programa Nacional de Salud Mental, Hebert Tenenbaum, dijo a 180 que a partir de setiembre se dará el primer paso en el plan, que consiste en que toda mutualista, prestador o Asse, tiene la obligación de empezar a darle atención psicológica a la persona que haya tenido un intento de autoeliminación, antes de las 48 horas del hecho.

“Hasta ahora los intentos muchas veces no se atendían, porque si eran leves no se les daba importancia o la persona podía volver a la casa y no se le hacía un seguimiento”, explicó Tenenbaum. La idea es que más adelante se establezca un seguimiento por seis meses a cada persona en esta situación, “que es lo que se recomienda a nivel internacional”, afirmó.

La tasa de Uruguay “es la más alta de la región, junto con Cuba, pero sabemos por la OPS que en muchos países no hay registro o hay subregistro”, dijo. “Igual es muy alta, más teniendo en cuenta que en algunos departamentos llega a 25 cada 100.000, y es mucho más alta que el promedio de los países de Europa, que están por debajo de 10, señaló.

Otra medida que se pretende implementar a corto plazo es el registro de intentos de suicidio, que hasta ahora no se hizo y no se conoce el dato. Según la Organización Mundial de la Salud, la relación intento de suicidio-suicidio consumado es de 20 a uno en algunos países, y puede llegar a ser hasta de diez a uno, lo que daría un mínimo de 5.500 intentos de suicido por año en Uruguay, como mínimo, señaló Tenenbaum. “Quienes ya tuvieron intentos son los que conforman el grupo de mayor riesgo, y estas personas muchas veces son enviadas a sus casas y no queda ningún registro”, dijo a 180.

Tenenbaum explicó que, según estudios de la OMS, cerca del 80% de las personas que se suicidan consultan a algún médico general en los dos meses previos. Para esto, otro objetivo del plan es la capacitación del primer nivel de atención para que los médicos y los enfermeros puedan detectar riesgos suicidas. “La idea es que muchas veces las personas consultan al médico por otros temas, y los profesionales tienen que estar capacitados para detectar los riesgos”.

También se pretenden tomar medidas más específicas con las franjas de mayor riesgo, que son los adultos mayores de 65 años (33 cada 100.000 habitantes en 2009) los adolescentes (entre 11 y 16 cada 100.000), la población rural y la Policía. En cuanto a este último, el jerarca explicó que tienen los datos directos del Ministerio del Interior, que muestran que este problema tiene niveles muy altos dentro de este grupo.

Según el Ministerio de Salud Pública, el 78% de los suicidas son hombres y los métodos más utilizados son el ahorcamiento (54%) y el disparo con un arma de fuego (32%)

El Plan de Prevención del Suicidio depende del Ministerio de Salud Pública, que lo preside, del Ministerio del Interior, Ministerio de Educación y Cultura y Ministerio de Desarrollo Social y se creó en 2004, pero está en funcionamiento desde 2009. En setiembre comienzan las Plan de Prestaciones en Salud Mental en el Sistema Nacional Integrado de Salud, donde también estará incluida la prevención del suicidio.