Un post en el blog No me avergüenza decirlo se refiere al libro José Batlle y Ordóñez, 1915-1917, del historiador norteamericano Milton Vanger, en estos términos:
El libro arranca el 01-mar-1915, cuando Batlle finalizó su segundo mandato. Dejaba de ser presidente pero continuaba siendo el político más influyente de la época y el más gravitante desde entonces para el país. Su periódico, El Día, era el diario de mayor tiraje y su canal de expresión preferido.
En las páginas 243 y 257 se relata que en octubre de 1917 se destapó un escándalo de pedofilia clerical. Al parecer, el padre Rivero, un cura y maestro de la ciudad de Mercedes, había abusado sexualmente de varios alumnos. Batlle aprovechó la oportunidad dedicando en El Día más de un artículo al tema. En clara alusión al famoso libro de Eça de Queirós, uno de los artículos se tituló Los crímenes del P. Rivero.
Batlle se quejó de que la prensa del Partido Nacional se mantuviera silenciosa sobre semejante hecho y reclamó la prohibición de las escuelas religiosas:
La moral social reclama la desaparición de ese peligro constituido por las escuelas religiosas. Y la mejor manera de hacerlo desaparecer está en la supresión de las escuelas mismas. Conviene que se las elimine para que los niños no sirvan de instrumento al erotismo incontenido o a la degeneración sexual de individuos sometidos a regímenes antinaturales y absurdos. El Estado debe tener interés en suprimir esos establecimientos donde se enseña de acuerdo con sistemas rutinarios, y donde se moldea la conciencia del niño, teniendo en cuenta exclusivas conveniencias sectarias.Evidentemente, los tiempos han cambiado. La iglesia católica ya no es tan débil como lo era un siglo atrás. Esto implica que ningún líder de primera línea se puede permitir en la actualidad llamar abiertamente al pan pan y al vino vino. Ni siquiera se osa abrir la boca para señalar la incongruencia entre palabras y hechos, entre el esfuerzo hipócrita por imponer a propios y extraños una moral antisexual y la inclinación sodomita de los sacerdotes. Los tiempos han cambiado. Y nos hemos quedado sin Batlles que aguanten el mostrador.
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